Devaluación contractiva

 La teoría de la devaluación contractiva tiene como mínimo 50 años de antigüedad. Fue sugerida originalmente en la década de 1960 por autores como Ferrer (1963) y Moyano-Llerena (1961), basada en la observación de que las devaluaciones en países semi-industrializados se asociaban con caídas (y no incrementos) del nivel de actividad y el empleo. Diaz-Alejandro (1965) fue uno de los primeros en ofrecer una formalización en un trabajo basado en su tesis doctoral inspirada en la experiencia Argentina de los años de 1950 y 1960. 

El trabajo clásico de Krugman y Taylor (1978) resume a la perfección los distintos canales de transmisión y las condiciones bajo las cuales la hipótesis se verifica, con lo que se asume que la producción del sector transable se encuentra fija a corto plazo. En un mundo en el cual el nivel de precios internos depende exclusivamente de los costos salariales y del precio de los insumos importados, mientras que los precios internacionales están dados por el tipo de cambio y la política de comercio exterior (ya que la economía interna es tomadora de precios y los precios internacionales se asumen dados), Krugman y Taylor (1978) muestran que un alza de una vez y para siempre del tipo de cambio puede producir una contracción del producto. 

La lógica del modelo original de la devaluación contractiva asume, pues, una situación estática en la cual los precios se encuentran fijos. Esto tiene mucho sentido para un contexto en el cual el tipo de cambio se halla fijo, como ocurrió durante los años de Bretton Woods. Es claro que en el contexto moderno hay elementos que nos impiden utilizar el modelo original. En particular, en el marco de un régimen de metas de inflación, en donde la inflación objetivo es en general positiva, es inapropiado asumir que los precios están dados. Adicionalmente, los regímenes de cambios son actualmente mucho más flexibles, y los regímenes de metas de inflación se caracterizan por no utilizar tipos de cambio fijos. Por ende, es necesario modelar la dinámica del tipo de cambio en lugar de asumirlo como una variable que el gobierno controla directamente, como en Krugman y Taylor (1978) y modificar la forma en la cual el tipo de cambio afecta la demanda. Más precisamente, los efectos contractivos no necesariamente se verificarán cuando suba el tipo de cambio, sino cuando la tasa de devaluación supere la inflación esperada (si la inflación internacional se asume igual a cero).

Los modelos basados en expectativas racionales poseen una dinámica peculiar que consiste en la existencia de dinámicas inestables asociadas a las raíces positivas del sistema. Por ejemplo, al asumir la paridad descubierta de tasas de interés, si el tipo de cambio aumenta, el retorno de invertir en activos externos aumenta también, por lo que existen mayores presiones devaluatorias. Este tipo de dinámicas de “burbujas” se excluye asumiendo que los agentes escogen los valores correctos de las variables no predeterminadas del sistema.

Una nota sobre la devaluación contractiva bajo un esquema de metas de  inflación

Aunque el modelo propuesto es sumamente abstracto, ilustra algunas implicancias de política. En particular los resultados sugieren que en presencia de efectos contractivos de la devaluación es posible que existan efectos desestabilizadores asociados a los movimientos del tipo de cambio, por lo que es indispensable contar con instrumentos adicionales de política económica, ya que el Banco Central puede verse forzado a renunciar a uno de sus objetivos. La excesiva movilidad del capital parece producir efectos similares. Las políticas que regulan los flujos de capitales, junto con la intervención cambiaria, pueden jugar un papel relevante en la administración exitosa de un régimen de metas de inflación cuando las devaluaciones tienen efectos contractivos.





Recuperado de:

Libman, E. (2017). Una nota sobre la devaluación contractiva bajo un esquema de metas de inflación. Trimestre Económico84(336), 869–898. https://doi-org.proxydgb.buap.mx/10.20430/ete.v84i336.609 


 

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